martes, 26 de enero de 2016

Fue

Fue

¿Cómo me olvido de tu existencia?
Si cada que te veo en el mundo
vuelvo a morir.

No es que no lo este,
sino que es más complicado
que me revivas,
a volver a morir

Porque no se puede caer hacía arriba.
Porque no puedo subir hacía ti.

Y la miré, y me miró.
Y nos miramos.
Y entonces fui.
Y ella;

fue. 

lunes, 25 de enero de 2016

Flor de loto

Flor de loto

Esto está bien, pensabas, mientras el mundo seguía girando, mientras todo continuaba de la misma fúnebre manera. Le diste otra calada a tu cigarro. Yo lo había visto, pensabas y pensabas. Ahora te terminabas el quinto cigarrillo. Prendías el siguiente y así subsecuentemente hasta que la cajetilla se vio vacía.
Yo lo vi todo. Te lo juro por Dios.
Lo empiezas a ver como si fuera tan simple como esto. Después de todo, nadie podía hacerle daño a lo que más querías de este mundo. Ese hijo de puta se lo había tenido bien merecido. Aun recuerdas como corría y como suplicaba que te detuvieras, como lloraba, como había terminado siendo tu perra. Y aun así lo hiciste.
La habías conocido en un concierto del alumnado de tu universidad. Ella tocaba el violonchelo. Había tocado el violín de pequeña, pero al ir creciendo y madurando cambio de instrumento, descubrió lo tenebroso que podía ser ese gran pedazo de abeto, la había cautivado.
Tú eras un fotógrafo frustrado, estudiando historia porque no tenías el dinero suficiente para dedicarte a lo que realmente te apasionaba. Además escribías pequeños textos y poemas. Habías sido publicado algunas veces en pequeñas revistas literarias  independientes, pero nunca nada de gran relevancia.
Ese día ibas a tomar fotos como parte de un reporte de la facultad a la que estabas inscrito. Lo recuerdas, irónicamente, con dotes de memoria fotográfica. Era una tarde casi tirándole a noche de abril. La veías celestial en su vestido floreado, largo, lo suficiente para que pareciera algo que no es de aquí, pero no tanto como para ser un vestido de ceremonia. Llevaba el cabello suelto en una hermosa melaza negra a más no poder. Su piel canela la podías casi respirar, aun cuando estabas a diez metros de ella.
Tocaba junto a otras 3 personas, no tiene sentido recordarlas. Interpretaban una común y popular composición en re mayor del periodo barroco. Para ti eso fue como escuchar a los ángeles cantando mientras el apocalipsis caía sobre la tierra.
Jordana, mucho gusto, escuchabas de su tremebunda voz. Octavio, el gusto es mío, lo decías casi como disculpándote, como si tu sola existencia no fuera merecedora de los oídos que tenías al frente.
Todo te pareció natural. Ya estaban hablando como si se conocieran desde la infancia. Llegaron sus familiares a felicitarla. Estuviste majestuosa, se lo decía su padre. Te presentó como un gran amigo, tal vez ahora puedas entender eso. Les dejó la parte más grande de su vida y se fue contigo. Ni la habías invitado a salir, todo estaba implícito. La llevabas a tu lugar favorito de la ciudad. En la noche todo parece más impresionante. Qué poético es el centro, pensaron los dos.
Tocaban fervientemente la puerta de tu casa. Sabías que era momento. Saliste y te fuiste con ellos. Llegaste a la casa gris. Te explicaron el procedimiento que se te iba a llevar acabo. Vil burocracia, les dijiste. Parecían marionetas manejadas por cables de cobre sin valor. Ni se inmutaron y te confinaron en tu pedazo de nuevo mundo. Preguntas, más preguntas. Te sorprendió la facilidad con la que decías todo. Ni pensabas en mentir. Aceptaste todo. Lo confesaste. Ese hijo de puta se lo merecía, lo volvería a hacer, pasó por tu mente, ¿o acaso se los dijiste?
Unos días antes habías estado deprimiéndote en tu cuarto. Escuchando música que te hacía llorar, “Another one coming and let’s gonna be the same” decía la canción. Inmerso en el alcohol y en la nicotina. Sólo tenías vida para salir a la calle y comprar más de tus sucios vicios. Daba miedo verte. Daba miedo ver como después de experimentar la felicidad pura, algo que lo podías sentir tan tangible como comer un caramelo de dulce de leche, ahora veías la vida con un velo negro. Todo por una mujer que nunca busco algo en ti más que consumirte hasta la última gota.

Sólo te paraste ese día porque sabías que ella estaría ahí, pero no te habías puesto a pensar en ella desde entonces. Apenas la recuerdas, ahora que estás a punto de perder por lo que tanto luchaste toda tu vida.
Estabas, estaban en el centro de la ciudad. Recorriéndolo con una obscuridad iluminada que resultaba tan agradable a sus almas, que se fueron llenando cada vez más. Sólo caminaban. Y platicaban sobre la vida. Se conocían más. Se enamoraban de ustedes, de sus personas, de sus seres. Mientras todo el mundo giraba en torno al odio, ustedes lo desafiaban, se reían en su cara.
Terminaron haciéndose en tu casa, en medio de mil botellas con olor alcohólico. Se besaban sin pasión, pero con una ternura que pondría poner a llorar al mismísimo creador. Ese día pensaste en ti. La fotografía no te interesaba. Nada lo hacía. Bueno, en realidad sólo importaba Jordana.
Despertaron al día siguiente. Y la llevaste a su casa en esa vieja moto que tenías arrumbada, en un principio no prendió, ella soltó una risita como de entendimiento perfecto, pensaste en que te estaba dejando en ridículo, pero por cuestiones divinas que nadie podría comprender, arrancó. Se fueron por toda avenida Tlalpan, doblaron en América, siguieron por División del Norte (sintiendo el refrescante oxigeno entrando en sus pulmones), tomaron Miguel Ángel de Quevedo y se perdieron más allá de Tláhuac. Tú regresaste a tu pequeña guarida, abandona en los rincones del metro Villa de Cortés. Pero no regresaste solo, regresaste con ella metida en lo más profundo de tu organismo. Ya eras una persona completa. Lo podías asegurar.
Y un día tocaron a tu puerta. Pero tú estabas muy borracho como para escuchar. Y tocaron de nuevo. Y así siete veces. Y lo lograste escuchar. Y te diste una línea para revivir. Y saliste. Y la viste tirada en el suelo. Y pensabas en lo mucho que se parecía a un perro asustado. La metiste a tu casa. Ella no hablaba. Le preparaste un café. Te pareció que 4 cucharaditas estarían bien. Ni siquiera lo probó. Ninguno de los dos hablaba. Tratabas de limpiar sus heridas, pero ella no cooperaba mucho. Y la oías llorar. Pero no te importaba. Sólo querías saber que había pasado. Y que podías hacer. En algún momento de la noche ella se sereno un poco. Y te platicó sobre él. Pero te hizo prometer que no harías algo. Y que la cuidaras. Y que ella confiaba en ti. Y que nunca la dejaras. Y lo trataste de olvidar. Pero soñabas con su carita destruida. Con sus cortes en las manos. Y te ardía la sangre, y te ardía la linfa, que era mucho peor. Y tratabas de seguir la vida de una manera un poco normal. Pero seguías pensando en su carita destruida.
Poco a poco dejaste de ir a clases, ya no tenían sentido después de ver su carita destruida.
Visitabas en su casa, su madre y su padre confiaban en ti como si fueras el hermano mayor. Pasabas el mayor tiempo posible con ella. Sentías que si la dejabas, él lo volvería a hacer. Ni siquiera lo conoces, es alguien anónimo para ti. Pero tienes deseos de hacer algo. De romperlo. De dejarlo como el dejó a Jordana, a Jordana y a su carita destruida.
Te convenció de que siguieras en Historia. Que ella te ayudaría después a cumplir tu sueño de la fotografía. Ella entendía que era importante para ti plasmar la esencia de la vida en una vil imagen semiplástica. Y que todo se resumía a eso. Se aprovechaba de que tú resumieras la fotografía en ella.
Tú tratabas de que ella siguiera tocando el violonchelo, pero había quedado tan lastimada que ahora, cuando ella tocaba, de verdad que lloraban los ángeles. Y sentías odio por él.
Volviste a casa, no pudiste aguantarte. De nuevo viajabas en el mágico mundo del ajenjo. Sonó tu puerta. Esta vez la escuchaste de inmediato. La abriste. Pero no era Jordana y todo, toda la mierda, en un mísero instante, se volvió real.
Saliste de tu casa, en tu pequeña motocicleta vieja y olvidada. Manejaste lo más rápido que pudiste. Cada vez más y más y más deprisa. Pero nunca fue suficiente. Querías estrellarte y no saber más de nada. Pero no corriste con tanta suerte. Ni fuiste lo suficientemente valiente como para estrellarte en ese poste de concreto que dejaste atrás hace ya algunas horas.
Se te acabó la gasolina. Pasaste a recargar. Te peleaste con el empleado por la poca cantidad que te había despachado de acuerdo al dinero que le habías dado. Lo golpeaste en el estómago con el puño cerrado y sobresalían de los nudillos tus llaves. Quién sabe de dónde aprendiste esto. Saliste a toda velocidad. Pensaste en que el empleado no tenía la culpa. Que seguramente era algo más profundo que eso. Aunque ahora que te dirigías al hospital esto ya no tenía sentido.
La verdad fue un accidente menor. Ya no tenías moto. Pero lo viste como una manera rápida de llegar a ella. Cuando te bajaban aprovechaste y saliste corriendo. Qué era una mano rota. Cuando lo que importaba era Jordana.
Tardaste una hora en llegar a donde la tenían internada. Te sentaste en la sala de espera, esperando, obviamente a que diera la hora de las visitas.
Entraste y la viste tan tranquila en su cama, que pensabas que todo esto era una exageración. Te acercaste y todo cambio. Esta vez no había vuelta atrás. Ella despertó y trataste de mentir lo mejor que podías. Ella lo confeso todo, pero tú ya lo sabías. Sólo trataste de sacar más información. Ahora sabías quien era y en donde vivía. En cuanto se durmió partiste a por él.
La mano te dolía más que cualquier otra cosa alguna vez te había dolido.
Octavio. Te viste en el espejo cuarteado de tu nuevo mundo. Fijabas tu atención en tu yeso. Sabías lo que iba a pasar pero no te arrepentías de nada. Ese hijo de puta se lo tenía bien merecido. Nadie te platicó nada más. Pero deseabas que no hubiera muerto. Lo deseabas más que seguir vivo. Esperabas que aun estuviera en su miseria, que su carne no haya sanado. Que sus cicatrices lo persiguieran por el resto de sus días. Que tuviera miedo de salir. Que se haya quedado ciego. Que no pudiera recuperar la capacidad de caminar. Que la golpiza que le diste la recordara en su lecho de muerte.
Y ojalá estuviera vivo, sufriendo, pidiendo la muerte. Y ojalá tú estuvieras en libertad, para ir con él, y hacerlo de nuevo. Destrozarle la cara con el tubo que habías encontrado días anteriores en tu barrio. Y romperle las piernas. Y apuñalarlo tantas veces que habías perdido la cuenta en tu euforia. Y que lo vieras una vez más tirado en el suelo. Sollozando. Pareciendo una bolsa de carne molida. Porque nadie se metía con lo que más querías en la vida. El yeso te causaba comezón.
Pero sabes que no aguantarás mucho aquí, nadie lo hace,

En especial las personas como tú. 

jueves, 21 de enero de 2016

Fotógrafo, cartógrafo, telégrafo.

Fotógrafo, cartógrafo, telégrafo.

Revelación con alcohol fino
de causas exteriores,
prometo no decirte
si tu prometes no llorarle
a la incertidumbre
de una mañana vieja
olvidada en la punta más alta
de París.

Dibujo total de montañas ulteriores
dándole paso a ríos más profundos
que el mar de las cuchillas afiladas
que atormentan por la noche sí
por la mañana también,
que no cambian ni vuelven,
se quedan como inertes
imitando a un árbol
que ha decidido dejarse morir.

Maquinaria innecesaria con perfecta sincronía
de apóstoles sin fuego,
de nobles sin fuero
que necesitan un poco de balance
para mantenerse en el fondo
de sus peceras llenas de mitos,
que no matan,
ni te hacen más fuerte,
pero hunden navíos enteros
de gente que confió en algún pedazo
de papel plástico.

Ya sé que me voltearon a ver,
prometo mejorar algún día.

Pero ese día no es hoy. 

martes, 19 de enero de 2016

Arrullo melifluo

Arrullo melifluo

Se escucha un piano de fondo, tocado de una dulce manera, posiblemente sea una progresión de re menor, sol mayor y algún otro acorde que no se logra distinguir, junto a él suena una tarola y un bombo, llevando un ritmo sencillo de cuatro cuartos. Entra la voz y todo empieza a tener sentido. Así pasa la mayoría de la pieza con algunos adornos de trompeta y de trombón. En pocas ocasiones se oye un coro, a excepción del final, que todas las voces se juntan para formar este fenómeno.
La calle está mojada por los constantes diluvios que han ocurrido en los últimos días. El banco es, en cierto modo, incomodo, sólo se tiene que acomodar de vez en cuando. La sal en la mesa se ve tan blanca que dan ganas de dormir en ella. No queda nada más que está botella de leche a la cual sólo se le ha extraído un pequeño trago.
La botella aprieta la chamarra contra el pecho. La pistola de la misma manera pero en la cintura. Los tenis azul marino, bueno, así eran antes, ahora son como un azul deslavado verdoso, están sucios en su totalidad. Barro como rojo, seguro es alguna tierra arcillosa. El miedo es lo único racional ahora. El tiempo se lo lleva el mismo. Charcos en todas las calles que van limpiando ese par de tenis favorito. Los auriculares rezan verdad en cada segundo que pasa. La mano aprieta la botella. La mano sostiene la pistola.
No lo hagas. Se susurra como al olvido. No es lo que se necesita. Así que no se debe de dar. Se rompió por segunda vez antes de que se diera cuenta de la primera. El color está como extinto. El saber es como una condena personal, en una parroquia de tintes barrocos perdida en el cielo, o en la tierra calcinada por los pecados de todos. Todo puede parecer que está mal. Tal vez no lo parece. Tal vez lo está.
Ya se secaron. La televisión representa pura estática. Los sueños representan cosas que nunca habrá en esta vida. El cenicero está lleno. Los ojos parecen llenos de ceniza también. Suena la campana. Afuera ya no llueve pero adentro continua el diluvio.

Se acaba la canción. Aún le queda una más al disco. Se quita el disco, olvidado queda. Sólo se recordará por siempre la frase que a todo el mundo deja enamorado “¿Soy yo en el que piensas cuando te sientas en tu silla bebiendo conejitos rosas?” Llega alguien más y silba. Pero todo ya acabo. Se cierra el bar y todo vuelve a la normalidad. Excepto ese puro que se quedó prendido en la obscuridad. Se va consumiendo con el tiempo y en algún momento se apaga. Perfecta analogía. 

sábado, 16 de enero de 2016

Identidades

Identidades

Creé identidades que nunca
existieron,
puedo sentir lo enterrado en
el aire.

Vemos cosas que están ahí (¿O no?)
translucidos y opacas,
comiendo terrenos, siendo impasables.

Ahora recuerda cuando perdiste
tus rodillas,
dijiste que nos encontraríamos en el jardín,
hablando como en los siglos
de
oro.

Te juré que no lo haría y
no lo haré.
Te juré que iba a estar ahí
y ahí no estoy.
Pero yo no te pedí nada,
no lo necesité;
así que no,
no
y no lo hiciste.

Pero a nadie te importa
ya,

a nadie le importa ya.

lunes, 11 de enero de 2016

Abrigo rojo

Abrigo rojo

Algo en tu magnetismo
los ha hecho cambiar
como si todo el tiempo
buscaran ir atrás.

Lo buscaste
desde el fondo,
dijiste
que viera tus dedos
encendiendo las luces,
hablando todo el tiempo
de tus problemas.
Y estoy todo el día ahí.

Parece como si fueras
la misma
cuando
sólo te has pasado en medio.
Y estas todo el día ahí.

Pareces como una gota de lluvia,
y cuando te vas
suena como a un final feliz.

Me despertaste
al borde de
la montaña de los corazones rotos.

Me veías miserable,
no usaba mis zapatos más cómodos,
y nada cambia
y nadie planea algo,
pero mientras la luz cambia
a azul,
escucho tu canción en la madrugada.

No pienses que esto
es algún tipo de prueba,
porque en todo el mundo hay árboles de plástico
o te has comenzado a sentir un poco más vieja.

Me estoy tomando esto
con más seriedad de la usual,
sólo porque trato de que creas
que hoy soñé contigo.

El espejo sigue roto
al igual que este cielo,
pero pretenderé que solo fuiste una más.

Estás en el campo de batalla,
como un viaje de ele ese de,
como un fantasma
que me pregunta
por mi nombre.



Ni los muebles de mimbre
te controlan,
y así,
políticamente
me preguntas por mi nombre.

Ahora,
ahora alargo mi camino a casa,
pero el cinturón me apretó tanto
que he comenzado a cortarme.

Pensé verte en ese bar,
pero sólo fue una señal de humo,
lo hubiera jurado,
o tal vez era mi mente
haciéndome pasar
un juego sinuoso,
y ya le pregunte a todos
y me dicen que te estoy imaginando.

Pero te escucho aquí,
en mi boca,
y el cinturón me vuelve a cortar,
como hace poco
cuando olvide todos
tus atajos.

El delay está en reversa,
al igual que tu discurso,
te vi ahí,
en la calle principal,
traías flores,
para todas las tumbas que tienes que visitar,
nada más que de igual manera,
se te olvidará mi nombre.


viernes, 8 de enero de 2016

21 de marzo

21 de marzo

Primavera I

Sonaba el despertador,
tú, tú intentaste apagarlo.
Sentí tu mano
alejarse de mi manto,
no le atinabas
me lo decía la campana.
Te alejaste de mí,
aún más,
tratando posiblemente de desconectarlo.

Me dio frío,
sentí como mi tibieza
se perdía.

Al final lo lograste,
el despertador cesó,
tú le paraste,
prendiste el calentador
y mi corazón comenzaba
a tener un ritmo asincopado.

Gritaste algo indescifrable,
yo seguía en mi posición fetal.
Regresaste a la cama,
pero no,
no estabas ahí,
tú te fuiste
como se fue
la alarma
del despertador.

Primavera II

La toalla mojada
seguía en el suelo
cuando volví,
ya olía a humedad.
No quise apartarla.
Era mejor pensar que sí.
Era mejor pensar que no.
¿Era mejor pensar?

Primavera III

Antier volví a ver tu despertador,
seguía ahí,
tan negro,
tan tenebroso,
tan abandonado.

Sé que pensaste en volver por él,
sé que lo supuse.
Lo conecté otra vez
para tratar de sentirte.

Esa noche pasé mucho frío.

Primavera IV

Estuve gran parte de la tarde
viendo una pared
de
piedra volcánica.

Primavera V

Hoy toqué la puerta de tu casa,
me abrió un señor.
Que no te conoce.
Le dije que yo tampoco.

Primavera VI

Vendí nuestra casa,
vendí mi ropa,
mis libros,
tus joyas
y tus zapatos.
Pero no te preocupes,
la primavera
       y
el despertador
los tengo conmigo.

Primavera VII

Pusiste en duda esto.
Planché mi camisa
de algodón egipcio.
Saqué mi traje más
caro de la tintorería;
lo llevé el día
que pasó.
Me presenté tal
y como te hubiera
gustado a ti,
estaba en San Fernando
enfrente de la casa de La Abuela.

Subí dos pisos,
entré a la habitación.

Preparé café con pastas.
Era el único esperándote.
No aguanté mucho antes de romperme.

Primavera VIII

Seguí preguntándomelo
tanto tiempo.
Un día el despertador volvió
a sonar.
Me asusté, te lo he de confesar.
Subí a donde lo tenía.
Te volví a ver.

Primavera nueve.

No lo superé, perdóname,

perdón, perdón.

jueves, 7 de enero de 2016

Adagio

Adagio


Desperté y como todos los días me quedé un buen rato en la cama, pensando, en ella, en ti, en él, en mi familia y a veces pensaba en que es lo que iba a desayunar. Desayuné como todos los días (vaya acto más revolucionario) y me senté a pensar un rato más, aunque se trataba más de memoria muscular que de cualquier otra cosa. Dio tiempo de irme y me fui. Caminé sobre la avenida de siempre, pasé al lado del bache que siempre ha estado ahí, cada vez está más grande, hasta dan ganas de abrazarlo o saludarlo. Me di cuenta en seguida de esta estupidez y en lo ridículo que se hubiera visto, pero igual, no había nadie en la calle, nadie más que yo y eso no es mucho. Más adelante se encontraba la fonda en la que nunca se me había antojado comer, vi a la misma chava de siempre, tan delgada que seguro la podría cargar arriba de mi cintura. Siempre me ha parecido absurdamente atractiva; creo que tiene un hijo. Pero su atractivo desaparece en el momento en que ella se postra en mi mente. El pesero llegó lleno como de costumbre, como casi todos los días, aun así encontré un lugar, se me hizo raro hasta que sentí unas cebras corrientes en mi antebrazo, la escoba explicaba la aparente libertad del sitio en el que descansaba. Alguien subió más adelante, era hermosa, se sentó junto a mí, la volteé a ver y en el preciso momento que nuestras miradas se cruzaron se paró aunque no había más lugares. Pasé el resto del trayecto jugando con mis dedos. Bajé y me dispuse a fumarme un vil cigarro, en el momento que tocó mi boca, un sentimiento de repugnancia me invadió. Lo deshice en mis manos y estas ahora olían tajín. Llegué, me senté y me callé, y pensé y no y no y no y tal vez. Deseé no estar aquí, encerrado en tantos muros grises que algunos ilusos juran y se empeñan en decir que son rojos. Este lugar me daba asco y apenas me daba cuenta de ello y entonces yo me di asco. Era como esa vez que me tomé una nochebuena luego de estar despierto toda la noche. Me sentí encerrado, así que decidí salir, pero la maestra se puso loca y dijo un sermón sentimentalero y finamente iluso, así que me senté y me callé y no pensé como el buen perro que era. Pero desobedecí y pensé y también pensé en lo efímero que había sido todo y lo efímero que había sido nada y lo efímera que era mi vida y también pensé en que me gustaba estar ahí aunque tu estuvieras y yo no. Recordé la esmeralda y lo feliz que me, nos había, mos sentido, y luego recordé que ahí había estado con otra y que ella sí se atrevía a tocar mi mano, pero yo no sentía nada aunque ella sí se atrevía a tocar mi mano. Guardé mis cosas y sugerí irnos caminando, pero nadie estuvo de acuerdo y sé que me pude haber ido solo caminando, pero hubiera resultado contraproducente porque odio estar solo así que tuve que tomar el camión y ya a partir de Copilco podría caminar para tratar de no pensar en ella y en todo lo que había pensado sobre ella. Pero eso no estaría bien, eso sería ser un pleonasmo. Mientras arrancaba nuestro transporte me acordé que otra persona también existía y que parecía tan distante pero ahora era cercana aunque seguía estando más distante que lo que mi mente podía comprender. Ella hablaba pero no pasaba porque iba pensando en ella. La insulté y traté de tomar su mano para ayudarla a bajar, pero se rehusó y yo me rehúse a seguir pensando en ella. Caminé desde Copilco  a mi casa, antes, guardé mi reloj en mi mochila, no uso buenos relojes pero aquí te roban hasta la sombra. Caminé mientras intentaba no pensar en lo que ya te había pensado y seguí pensando hasta que me teletransportaba mi casa. Mentí y dije que estaba bien y que tenía mucho por hacer, pero solo llegué y me acosté como siempre en mi cama, pero no había nadie en ella como siempre, no se me hizo raro. Revisé mi celular y decía que habías estado ahí con ellos, sabía que era mentira y lo aventé contra mi librero. Puta madre. Y con lo mucho que me duran las cosas…

miércoles, 6 de enero de 2016

Mordidas en los labios


Mordidas en los labios


En la medida de lo posible,
y de lo finamente mesurado
que me resulta esto,
estoy loco por ti.
En cantidades chiquitas,
también chiquititas,
así,
libres como tantas veces nos pensamos,
como tantas veces nos deseamos
bajo la seda,
donde no hablábamos,
ni respirábamos,
sólo sucedíamos
como efectos de luz
causados por besos a destiempo.