jueves, 7 de enero de 2016

Adagio

Adagio


Desperté y como todos los días me quedé un buen rato en la cama, pensando, en ella, en ti, en él, en mi familia y a veces pensaba en que es lo que iba a desayunar. Desayuné como todos los días (vaya acto más revolucionario) y me senté a pensar un rato más, aunque se trataba más de memoria muscular que de cualquier otra cosa. Dio tiempo de irme y me fui. Caminé sobre la avenida de siempre, pasé al lado del bache que siempre ha estado ahí, cada vez está más grande, hasta dan ganas de abrazarlo o saludarlo. Me di cuenta en seguida de esta estupidez y en lo ridículo que se hubiera visto, pero igual, no había nadie en la calle, nadie más que yo y eso no es mucho. Más adelante se encontraba la fonda en la que nunca se me había antojado comer, vi a la misma chava de siempre, tan delgada que seguro la podría cargar arriba de mi cintura. Siempre me ha parecido absurdamente atractiva; creo que tiene un hijo. Pero su atractivo desaparece en el momento en que ella se postra en mi mente. El pesero llegó lleno como de costumbre, como casi todos los días, aun así encontré un lugar, se me hizo raro hasta que sentí unas cebras corrientes en mi antebrazo, la escoba explicaba la aparente libertad del sitio en el que descansaba. Alguien subió más adelante, era hermosa, se sentó junto a mí, la volteé a ver y en el preciso momento que nuestras miradas se cruzaron se paró aunque no había más lugares. Pasé el resto del trayecto jugando con mis dedos. Bajé y me dispuse a fumarme un vil cigarro, en el momento que tocó mi boca, un sentimiento de repugnancia me invadió. Lo deshice en mis manos y estas ahora olían tajín. Llegué, me senté y me callé, y pensé y no y no y no y tal vez. Deseé no estar aquí, encerrado en tantos muros grises que algunos ilusos juran y se empeñan en decir que son rojos. Este lugar me daba asco y apenas me daba cuenta de ello y entonces yo me di asco. Era como esa vez que me tomé una nochebuena luego de estar despierto toda la noche. Me sentí encerrado, así que decidí salir, pero la maestra se puso loca y dijo un sermón sentimentalero y finamente iluso, así que me senté y me callé y no pensé como el buen perro que era. Pero desobedecí y pensé y también pensé en lo efímero que había sido todo y lo efímero que había sido nada y lo efímera que era mi vida y también pensé en que me gustaba estar ahí aunque tu estuvieras y yo no. Recordé la esmeralda y lo feliz que me, nos había, mos sentido, y luego recordé que ahí había estado con otra y que ella sí se atrevía a tocar mi mano, pero yo no sentía nada aunque ella sí se atrevía a tocar mi mano. Guardé mis cosas y sugerí irnos caminando, pero nadie estuvo de acuerdo y sé que me pude haber ido solo caminando, pero hubiera resultado contraproducente porque odio estar solo así que tuve que tomar el camión y ya a partir de Copilco podría caminar para tratar de no pensar en ella y en todo lo que había pensado sobre ella. Pero eso no estaría bien, eso sería ser un pleonasmo. Mientras arrancaba nuestro transporte me acordé que otra persona también existía y que parecía tan distante pero ahora era cercana aunque seguía estando más distante que lo que mi mente podía comprender. Ella hablaba pero no pasaba porque iba pensando en ella. La insulté y traté de tomar su mano para ayudarla a bajar, pero se rehusó y yo me rehúse a seguir pensando en ella. Caminé desde Copilco  a mi casa, antes, guardé mi reloj en mi mochila, no uso buenos relojes pero aquí te roban hasta la sombra. Caminé mientras intentaba no pensar en lo que ya te había pensado y seguí pensando hasta que me teletransportaba mi casa. Mentí y dije que estaba bien y que tenía mucho por hacer, pero solo llegué y me acosté como siempre en mi cama, pero no había nadie en ella como siempre, no se me hizo raro. Revisé mi celular y decía que habías estado ahí con ellos, sabía que era mentira y lo aventé contra mi librero. Puta madre. Y con lo mucho que me duran las cosas…

No hay comentarios:

Publicar un comentario