Adagio
Desperté
y como todos los días me quedé un buen rato en la cama, pensando, en ella, en
ti, en él, en mi familia y a veces pensaba en que es lo que iba a desayunar.
Desayuné como todos los días (vaya acto más revolucionario) y me senté a pensar
un rato más, aunque se trataba más de memoria muscular que de cualquier otra
cosa. Dio tiempo de irme y me fui. Caminé sobre la avenida de siempre, pasé al
lado del bache que siempre ha estado ahí, cada vez está más grande, hasta dan
ganas de abrazarlo o saludarlo. Me di cuenta en seguida de esta estupidez y en
lo ridículo que se hubiera visto, pero igual, no había nadie en la calle, nadie
más que yo y eso no es mucho. Más adelante se encontraba la fonda en la que
nunca se me había antojado comer, vi a la misma chava de siempre, tan delgada
que seguro la podría cargar arriba de mi cintura. Siempre me ha parecido
absurdamente atractiva; creo que tiene un hijo. Pero su atractivo desaparece en
el momento en que ella se postra en mi mente. El pesero llegó lleno como de
costumbre, como casi todos los días, aun así encontré un lugar, se me hizo raro
hasta que sentí unas cebras corrientes en mi antebrazo, la escoba explicaba la
aparente libertad del sitio en el que descansaba. Alguien subió más adelante,
era hermosa, se sentó junto a mí, la volteé a ver y en el preciso momento que
nuestras miradas se cruzaron se paró aunque no había más lugares. Pasé el resto
del trayecto jugando con mis dedos. Bajé y me dispuse a fumarme un vil cigarro,
en el momento que tocó mi boca, un sentimiento de repugnancia me invadió. Lo deshice
en mis manos y estas ahora olían tajín. Llegué, me senté y me callé, y pensé y
no y no y no y tal vez. Deseé no estar aquí, encerrado en tantos muros grises
que algunos ilusos juran y se empeñan en decir que son rojos. Este lugar me
daba asco y apenas me daba cuenta de ello y entonces yo me di asco. Era como
esa vez que me tomé una nochebuena luego de estar despierto toda la noche. Me
sentí encerrado, así que decidí salir, pero la maestra se puso loca y dijo un sermón
sentimentalero y finamente iluso, así que me senté y me callé y no pensé como
el buen perro que era. Pero desobedecí y pensé y también pensé en lo efímero
que había sido todo y lo efímero que había sido nada y lo efímera que era mi
vida y también pensé en que me gustaba estar ahí aunque tu estuvieras y yo no.
Recordé la esmeralda y lo feliz que me, nos había, mos sentido, y luego recordé
que ahí había estado con otra y que ella sí se atrevía a tocar mi mano, pero yo
no sentía nada aunque ella sí se atrevía a tocar mi mano. Guardé mis cosas y
sugerí irnos caminando, pero nadie estuvo de acuerdo y sé que me pude haber ido
solo caminando, pero hubiera resultado contraproducente porque odio estar solo
así que tuve que tomar el camión y ya a partir de Copilco podría caminar para
tratar de no pensar en ella y en todo lo que había pensado sobre ella. Pero eso
no estaría bien, eso sería ser un pleonasmo. Mientras arrancaba nuestro
transporte me acordé que otra persona también existía y que parecía tan
distante pero ahora era cercana aunque seguía estando más distante que lo que
mi mente podía comprender. Ella hablaba pero no pasaba porque iba pensando en
ella. La insulté y traté de tomar su mano para ayudarla a bajar, pero se rehusó
y yo me rehúse a seguir pensando en ella. Caminé desde Copilco a mi casa, antes, guardé mi reloj en mi
mochila, no uso buenos relojes pero aquí te roban hasta la sombra. Caminé
mientras intentaba no pensar en lo que ya te había pensado y seguí pensando
hasta que me teletransportaba mi casa. Mentí y dije que estaba bien y que tenía
mucho por hacer, pero solo llegué y me acosté como siempre en mi cama, pero no
había nadie en ella como siempre, no se me hizo raro. Revisé mi celular y decía
que habías estado ahí con ellos, sabía que era mentira y lo aventé contra mi
librero. Puta madre. Y con lo mucho que me duran las cosas…
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